Cuando un libro de poemas te pone a pensar todo otra vez, desde las categorías sociales hasta las literarias, desde el significado de algunos conceptos hasta la definición de las palabras que creés más estables, lo que sucede, con alegría, con inquietud, es que se está asistiendo al advenimiento de lo literario, en una definición que no envejece y que traviesa diferentes épocas y estéticas: un uso del lenguaje que pone en crisis. Una palabra que no es ni esto ni aquello, y mucho menos esto y lo otro. Así pasa con Mutual sentimiento, el último libro de Marina Mariasch. En él se pueden encontrar algunas de las líneas maestras de su poética, como la singularísima mezcla entre conceptos teóricos (que aparecen en nuevos contextos) y la voz lírica, un trabajo con la imagen y lo contemporáneo como máquina de pensar el presente desde el costado de la lengua, y la pregunta constante por las relaciones interpersonales en un contexto de guerra interna entre los diferentes actores sociales (que incluye una indagación compleja acerca de la causa de la guerra, en el punto en que “Un idioma es un dialecto / con un ejército detrás”), manejadas cada vez con más soltura, autoironía, vigor.
Los versos se suceden como estocadas que golpean sin tregua y sin pausa, en el trabajo de aguijonear al lector para sacarlo de su zona de confort, como si dijera a cada instante no es como vos creés, no es lo que pensás, y a la vez, nada es mejor, pero tampoco peor. Avanzan con imágenes (estas se yuxtaponen, se transforman, viran hacia lo impensado), que no alcanzan a proveer una comodidad como lecho de sentido, pero que, en el transcurso del poema, componen una legibilidad que reúne sensaciones, afectos, ideas, incluso ideologías: ¿la idea es la lucha, la revolución permanente, tal vez?, y hace del cruce discursivo, imaginario, visual, social, del que estamos hechos, el personaje central de la poética. De paso “doma al pasto de la lengua / castellana y mota”.