Fiel a su formación autodidacta, David Wojnarowicz desafió las fronteras entre lenguajes, medios y acciones, y escapó de las definiciones unívocas: fue pintor, músico, fotógrafo, escritor, realizador de películas en Super 8 y protagonista decisivo del efervescente entorno social y cultural del East Village de Nueva York en los años ochenta. De su obra visceral sobresale su espíritu colaborativo –en comunión fluida con otros–, pero también contestatario. Miembro del colectivo act-up, Wojnarowicz fue un activista muy involucrado con las políticas identitarias de los homosexuales antes y durante la epidemia del sida, enfermedad que lo privó de amistades y amores y que se lo llevó incluso a él en 1992, a los 37 años. En su trayectoria, arte y militancia estaban en permanente diálogo y reinvención, y ambos debían ganar la calle para circular por fuera del corset de las instituciones tradicionales, ocupando espacios que no les estaban destinados.
Pocos artistas lograron capturar el caos emocional, sexual y político de la vida urbana moderna de una manera tan perceptiva como Wojnarowicz. “Las ventanas son mi televisión y las calles mi periódico”, dice en estos diarios íntimos, que comienza a escribir a los 17 años y que continúa hasta su muerte. En ellos asistimos a su día a día, a sus viajes improvisados, al fluir desencajado de sus pensamientos y sensaciones. Pese a haber tenido una infancia muy dura, y a haber vivido en la precariedad absoluta los peores años de la administración de Reagan, Wojnarowicz nunca dejó de capturar destellos de belleza, aunque fueran el reverso de una soledad profunda y de una inseguridad recurrente. Inspirado en Burroughs y Genet, pero también en el ambiente de la no wave, el postpunk y las drogas químicas, deambulaba por las calles y embarcaderos abandonados de las márgenes del río Hudson, prostituyéndose e integrando comunidades fugaces. En este libro aparece la trastienda de los escenarios que son los protagonistas de sus obras más famosas, y está presente el constante registro de su cuerpo, que se agudiza cuando recibe su diagnóstico de vih positivo. Es consciente de haberse contagiado un virus que encarna además lo peor de una sociedad enferma; una que margina y excluye cada vez más a las disidencias y las abandona a su suerte. En la sombra del sueño americano exhibe el registro privado de un Wojnarowicz sensible y comprometido, abrumado por las demandas de supervivencia, persiguiendo el placer y la libertad incluso cuando no hay más luz al final del túnel.